A mi viejo la recuerdo así #Díadelpadre

Con tu bisnieto Ignacio

«Izquierdo, izquierdo, izquierdo, derecho, izquierdo» sonaba ronca la voz del teniente en esa helada mañana del 20 de junio mientras marchábamos en esa escuadra llena de adolescentes a quienes pretendían convertirlos en hombres listos para pelear una guerra en la Plaza de Armas del Regimiento de Infantería de Montaña 26 de Junín de los Andes; íbamos a jurar lealtad a la Patria y a morir por nuestra Bandera si era necesario, y temblaba y moqueaba y la nieve me llegaba hasta los tobillos pero no podía parar, tenía que seguir mirando de reojo a mi compañero Poblete, el sanjuanino, que estaba justo al lado mío, debía mirarlo para no perder el ritmo mientras marchábamos Y otra vez una orden: “vista derecha”, y ahí te vi, estabas en el palco, me costó una milésima de segundo reconocerte, estabas con tu gamulán marrón, las manos cruzadas adelante y tus ojos celestes, celestes como una laguna que me miraban orgullosos, y en ellos me sumergí, de golpe se me pasó el temblor, ya no moqueaba, pero sentía como el corazón me latía fuerte, muy fuerte. La noche anterior nos habían reunido en el comedor principal y nos habían comunicado que ninguno de los veinte colectivos que venían desde Mendoza y San Juan con nuestros familiares, había logrado pasar más allá de Piedra del Águila, una tormenta de nieve les había cerrado el paso, no llegarían. Aún siento la rabia y el nudo en la garganta ante tamaña noticia, no vendrías papá. Pero yo te vi, estabas ahí, por fin una cara familiar, creo, no sé muy bien, pero creo que empecé a transpirar, a duras penas seguí desfilando, pero verte me hizo marchar más erguido, saqué pecho y grité fuerte que juraba morir por todas esas cosas que ellos querían que jurara. Alejandro I se llamaba el hotel, estaba a unos pocos kilómetros del regimiento, ahí fue donde me contaste que el único colectivo que logró pasar la barrera de nieve era el tuyo porque le diste casi todo el sueldo que cobrabas en YPF al chofer, para que llegara a tiempo para verme jurar la Bandera; una semana me dio el comandante para que me quedara con vos, no dejabas de acariciarme la cabeza y de decirme que estaba mucho más flaco, ya había pasado cuatro meses solo por primera vez en mi vida y eso había hecho estragos en mi cuerpo y en mi alma, me pedías un desayuno doble, hasta me dejabas que me repitiera la porción del almuerzo y de la cena. Una semana pasamos juntos sin poder salir por la nevada. Hablámos hasta cansarnos. Nos confesamos todo. Me pediste perdón por repetir las mismas equivocaciones de tu viejo, me abrazaste mientras llorábamos, años de enojo y frustración se fueron en ese preciso instante, el amor y el perdón me calaron hasta los huesos y me dijiste: “ya está, ya paso” y nos quedamos dormidos.

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