De miradas azules y zapatos colorados

agosto 6, 2011

La Ramona, la Chicha y la América estallaron en una carcajada cuando Juanita apareció en la sala.

Zapatos colorados, un vestido con flores haciendo juego y el pelo electrizado.

– Con esas mechas no salimos a ningún lado con vos, le dijo América entre risas.

– No sean así,!malas¡ ya no se más que hacer, me lo lavo con manzanilla todos los días y me cepillo, pero me queda así, dijo Juanita achatándose el pelo.

-Vení para acá, primero dejá de querer ser rubia que sos demasiado morocha y no te toma el color, y segundo, no sabés peinarte, sentaté acá – le pidío Ramona que era estudiante de peluquería – esto se arregla de otra manera. Le hizo dos trenzas con su abundante cabello azabache, las enroscó y las sujetó a la altura de la nuca.

– Andá mirate, te queda hermoso así, le indicó Ramona.

Juanita se miró al espejo y sonrió satisfecha.

– Si, me gusta, parezco Evita morocha y se puso al lado del cuadro de Eva que estaba en el living e imitó el gesto. Todas se rieron y Juanita comenzó a girar hasta que la falda de su vestido se elevó y dejó ver sus bombachas coloradas. Todas volvieron a reír.

De repente la puerta de la sala se abrío y entró Arturo, el hermano menor de Juana, ella dejó de dar vueltas y se tomó la pollera.

– ¿Que haces loca? preguntó Arturo

– Nada…ya estamos listas ¿vamos?

-Si apúrense, vamos.

Todos salieron a la calle y subieron al auto. Arturo había propuesto ir a Luján de Cuyo. El tenía unos amigos allá e irían a verlos. Juanita sabía que ese muchacho rubio que veía pasar todos las tardes por su ventana rumbo al colegio industrial “Emilio Civit”, podía estar allá, pero no se animaba a pregunatarle a su hermano.

Iba sentada en el asiento delantero, se dió vuelta y le hizo un guiño a América.

– Che Arturo ¿y quienes están allá en Luján? preguntó América con un fingido aire de poca curiosidad.

– El flaco Trentacoste, “El rubio”, y unos amigos de ellos.

A Juana le comenzó a latir fuerte el corazón, sabía que “El rubio” podía ser él, pero no dijo nada. Sólo miró por la ventanilla y suspiró. Fijó su mirada en las hileras de viñas que pasaban como renglones de un cuaderno, derechas, perfectamente derechas, y hasta alcanzó a divisar el color de las uvas que ya estaban listas y ansiosas por ser cosechadas. Era un 28 de febrero de 1952 y Juana estaba preparada para que su vida diera el giro tan esperado que siempre soñó. Cruzó los dedos, cerró los ojos y pensó: “Que esté, por favor mamita, hacé que esté”. Arturo estacionó su Chevrolet Fleetline color blanco frente a la iglesia, en un costado de la plaza de Luján. Ella no se animaba a mirar. Se quedó inmóvil, escuchaba las voces de sus amigas como si estuvieran muy lejos, De repente escuchó un golpe en su ventana, bajó el vidrio y fijó por un segundo su vista en esos ojos azules que la miraban. Era él. Bajo del auto. Sintió que la recorrían de arriba a abajo. Su piel se erizó. Levantó nuevamente su mirada y se sumergió en esos ojos claros, claros como una laguna. Unos ojos que miraría todos los días por los próximos 56 años.

PD: Así se conocieron mis viejos. ¿Que estaría pensando mi papá? eso lo sabremos en el próximo post. Ah! los de la foto son ellos… me adelante un poco…aún falta para llegar a ese momento.