Permiso, ¿Puedo pisarle la vereda doña?

agosto 26, 2011

Esta mañana abrí la Baulera y salió esta historia…»Nadie sabe muy bien como comenzó esa rara obsesión por las veredas limpias y brillantes que siempre caracterizó a los vecinos de Chacras de Coria, aunque ustedes no lo crean una buena vereda hablaba por los dueños de la misma. Tampoco nadie sabe porque el ritual comenzaba exactamente a las ocho de la mañana. Hubo seguramente una pionera que salió con la escoba, el balde y el lampazo a esa hora, la de al lado la vio y la imitó y así se expandió. Los implementos para hacerlo eran tres: La escoba, para sacar la tierra que el viento traía de las montañas, el balde para recoger agua de la acequia y arrojarla sobre la calle por las dudas que un auto levantara el suficiente polvo como para arruinar el trabajo de una buena Doña. Había una técnica, las más jóvenes se arrodillaban en la orilla y llenaban el balde, las más entradas en años o en kilos, implementaron un novedoso sistema: atar una soga a la manija del balde y así sacar el agua sin agacharse. Debía arrojarse sobre la calle en forma de semicírculo, cuestión de abarcar la mayor cantidad de espacio posible, si era necesario se repetía más de una vez dicha operación. Por ultimo, el más importante: “Tener un buen lampazo”, la técnica de pasado era importante, pero la de curarlo… este era el secreto que las Doñas no compartían con cualquiera y guardaban celosamente, pasaba de madre a hija como los anillos de las abuelas. El lampazo debía atravesar todo un proceso antes de salir a la calle, primero se lo empapaba con mucho kerosene , luego se le colocaba aserrín o tierra y se lo dejaba reposar unos días, se refregaba contra el suelo con fuerza varias veces durante el día , y cuando sus flecos estuvieran enredados y negruzcos, y el lampazo unas tres o hasta cuatro veces más pesado que el día que se lo compró, recién ahí, estaba curado, y no era fácil curar un lampazo, había que saber.

– Dejalo unos cuatro o cinco días en un lugar oscuro ¡Qué no le de el sol…por Dios hija!.y metele mucha tierra y mucho kerosene, cuando este pesadito lo sacas…y listo, si queres te lo curo yo…deja….Le decía Teresita Lucero a su vecina de enfrente, la Coca Di Mazzi, un ama de casa novata. Las versiones sobre como curar un lampazo eran tantas como las versiones de la preparación de un buen tuco que circulaban en un ir y venir de afirmaciones y refutaciones. Las técnicas para pasarlo, eran similares, la más utilizada era la lineal, es decir la limpieza por línea de baldosa, podía verse a las dueñas cada mañana en una coreografía infinita digna de un musical de Broadway que se extendía a lo largo de las calles. Se tomaba el palo del lampazo con ambas manos y se lo balanceaba de adentro de la vereda hacia afuera, y luego se continuaba de la misma forma con la siguiente línea de baldosas y así hasta terminar la vereda, el proceso se repetía retrocediendo sobre sus pasos. Las mañanas en el barrio comenzaban con ese ritmo especial. Las mañanas bailaban al son del vaivén de aquel palo de madera en cuyo extremo descansaban un montón de hilos entrelazados y apelmazados por la tierra, acariciando la vereda como quien refriega una manzana sobre su ropa para sacarle brillo. Si hasta daba no se que caminar por ellas cuando las estaban limpiando, todos se quedaban parados, esperando el visto bueno de la dueña para atravesarla, por eso muchos preferían caminar por la calle. Este ritual de la vereda era la manera más efectiva de comunicación, todo lo dicho en la cuadra entre las ocho y las ocho y media, se esparcía por toda la cuadra primero y luego daba vuelta a la manzana, para después cruzar a las manzanas de enfrente y abarcar el barrio completo, el tiempo que esto tardaba no fue medido nunca, pero dependía de que fuera lo que se había dicho y de quien era dicho, por ejemplo el embarazo de la hija de Don Márquez dio la vuelta al barrio en una mañana, es que el viejo era el presidente de la Unión Vecinal y la piba era soltera. Pecado imperdonable en esa época, tanto como tener una vereda sucia». Mañana volveré a abrir la Baulera a ver que sale.

Las callecitas de Rosario tienen ese no se que...